Llegamos a las relaciones pensando todo lo bueno que somos capaces de entregar, creyendo que podemos curar a las personas, exorcizar sus fantasmas, comprenderlas en toda su plenitud y en acto de supina soberbia ver lo que ellos y ellas no son capaces de ver pero nosotros y nosotras sí porque somos más intuitivos y más inteligentes y en definitiva mejores personas.
Así, buscamos personas misteriosas e inaccesibles.
El amor no es una excusa para tu bondad.
El amor no va de rescatar a nadie de nada.
El problema es que nos han educado en el cuidado.
En el olvido de una misma, de uno mismo.
En la entrega sin concesiones, sin medida.
Es tan dañino darlo todo como no dar nada, porque en ambos casos el sujeto amado se desvanece, en ambos casos la otra personas es una proyección de nuestras carencias.
No se puede amar desde la carencia.
Porque lo único que consigues es más carencia.
Y así, después de quinientos intentos repitiendo el mismo patrón, que no es otro sino un desprecio inicial hacia tu persona basado en la incapacidad de la otra persona de entregarse y que tú confundes con un interés extraño y atractivo.
Ahí estás, atrapada/-o, en una relación en la que tú siempre estás disponible para todo.
Frustrada o frustrado porque todo lo bonito, todo lo tuyo de verdad, toda la niña o niño que eres, tus ilusiones, lo que nadie más conoce, lo que muestras, tu vulnerabilidad, están en manos de alguien que no se da cuenta de absolutamente nada.
Es tu responsabilidad recoger del suelo todo lo que estás donando promiscuamente y limpiarlo y cobijarlo y darle el valor que se merece.
El valor que te mereces.
Porque amar no es salvar.
Amar es construir en libertad.
Es respetar.
Es acompañar.
Es dejar ser.
Para poder sentir de manera hermosa la manera en que la vida nos recorre por dentro.
Y cómo recorremos, nosotros y nosotras, la vida por fuera.
- Roy Galán -
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